Su escuálida y blanca mano sujetaba una botella de Jack Daniel´s por el cuello.
Se sentó, dejó la botella en mi carísima mesa de mármol y cuidadosamente se quitó los zapatos de tacón.
Me miraba sonriendo y le temblaban las manos. Pegó un trago. A morro le gustaba más.
De entre sus bragas sacó una bolsa que no debería de pesar más de dos gramos.
Nunca dos gramos le habían pesado tanto a una persona.
Le tendí, como siempre, mi carnet de la biblioteca. Ella lamió los bordes mientras su pie desnudo buscaba a mi entrepierna.
No más nervioso que excitado me levanté y salí al balcón a fumar.
Cinco minutos después noté su pecho en mi espalda, su respiración en mi nuca. Tarareó aquella vieja canción y se apoyó sobre la barandilla.
Estaba preciosa. Increíblemente colocada, sí. Pero preciosa.
jodidamente preciosa
ResponderEliminarPuf, lo que consigues inspirar en quien lee... es un gusto.
ResponderEliminarBeso tremendo.
Bendita sea tu forma de expresar sentimientos a través de relatos.
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